- Para Jochu que me transmite su magia.
Él
estaba siempre ahí. Inmutable, observador. Internalizando, aprehendiendo cada
movimiento que realizábamos. Mirándonos día y noche cómo caminábamos, cómo nos
relacionábamos, cómo dormíamos. Descubriendo todos nuestros defectos y nuestras
virtudes, notando nuestras tristezas y riendo con nuestras alegrías. Desde una
perspectiva omnisciente él estaba ahí y lo veía todo. Era partícipe de cada
acto de esa casa. De cada acto de esa casa y de las que le sobrevinieron.
Siempre estuvo ahí. A lo lejos en el afán de pasar inadvertido. Nunca le gustó
que aludiéramos a él, prefería el perfil bajo, el rol de aquel que calla, analiza, piensa, reflexiona.
Papá
siempre estuvo ahí. Nosotros lo lloramos, lo extrañamos, lo pensamos una y mil
veces y él siempre estuvo ahí. Vio cuando Martu agarraba la pelota y no dejaba
de jugar. Que mamá iba al living y lo retaba porque González después se quejaba
por el pique de la pelota. Que no lo deja dormir, que no lo deja leer, que no
lo deja trabajar. Papá veía que mamá retaba a Martu y que en cuanto ella
desaparecía de la imagen, mi hermano insaciable seguía jugando con el esférico
más allá de todo vecino y viviendo su sueño de ser un gran jugador de fútbol.
Él no metía los goles. Él mantenía la posesión, armaba juego con los defensores
para crear espacio, llevaba el balón a la zona de los volantes y terminaba la
jugada con un pase en profundidad de los famosos “tomá y hacelo”. Después lo
festejaba. Iba corriendo al córner y se abrazaba con quien dio el puntapié
final y le decían que el gol había sido todo suyo. Y los relatores gritaban el
gol del goleador pero en cuanto finalizaban con la efusividad premiaban la
jugada que Martu había hilvanado arrancando desde su propio campo y
finalizándola con un pase certero para que ese partido que tan trabado parecía
termine en victoria del Club Atlético River Plate. Mamá ya volvería a retarlo,
él lo sabía y papá también, pero él había tenido su momento de gloria. Y el día
de mañana sería mucha más gente la que lo festejaría. Su nombre en los
periódicos, él almorzando en familia y llamando todos los días a mamá para
saber cómo estaba. Papá también me vio a mí cuando vino Cata por primera vez a
casa. Carne al horno con papas y una salsa de crema y verdeo que no podía
fallar. La vieja no estaba, se había ido unos días a Mar del Plata con la
abuela, y con Martu ya nos entendíamos, él sabía que esa noche era importante
que no esté. Cata comió como come toda mujer cuando cena una de las primeras
veces con el novio. Por suerte ya lo sabía y no me hice mucho la cabeza cuando
dejó medio plato. Además para mí estaba riquísimo y le creí también cuando me
tiró un cumplido. Y papá estaba ahí. Observando orgulloso. Sabía de mi
felicidad de estar con esa mujer ahí o más bien de estar con LA mujer ahí.
Sabía que se trataba de un acto de amor, que mis ojos derrochaban dulzura,
enamoramiento, que se me caía la baba por ella. Que apenas abría la boca, yo
entraba en un estado de éxtasis que parecía eterno. Él se daba cuenta, él me
veía y me conocía. De él salí, él también la había hecho alguna vez y estaba
chocho de que su hijo fuera a tener su primera vez con la mujer a la que amaba
y en ese contexto que se prestaba tan especial. Por supuesto que del post no
vio nada. Me daría muchísimo pudor. Fuimos a la pieza de mamá y el resto los
caballeros no lo contamos.
Creo
que siempre nos soñó jugadores de fútbol. Realizando lo que él nunca pudo. Eso
me duele. Me duele creer que le fallé, que no cumplí con sus expectativas, que
quizás no está orgulloso de mí porque tomé otro rumbo. En todo momento
parsimonioso y reflexivo, creo que de todas maneras siempre entendió nuestras
vidas. Las entendió y las apoyó. Hay veces que sueño con él. Tal vez más con lo
que me cuentan o veo en fotos que lo que recuerdo. Terminó por ser un padre de
fantasía, un personaje de cuentos, aquella figura a lo lejano en un cuadro.
Son
muchas las veces también que me despierto justo al momento de darle un abrazo
fuerte. Son infinitos los días en que me levanto angustiado y así encaro todo
el día simplemente porque no sale de mi cabeza. Las noches que me despiertan
entre sollozos porque estaba contándole mi vida en el mundo onírico. Es que,
viejo, si me vieras… Si supieras que traté de hacerme a tu imagen y semejanza,
a pesar de casi no haberte conocido. Si supieras que mamá siempre nos habló y
nos habla maravillas de vos. Que cómo nosotros amamos a nuestras mujeres no lo
aprendimos de nadie, está en nuestro ADN porque vos nos hiciste. Que la
modestia, la dignidad y el perfil bajo los sacamos de vos porque aún de bebés
nos influenciabas. Es que yo sé que lo sabés. Nos estuviste mirando siempre,
siempre estuviste ahí. Nos mirabas desde ese cuadro en que tu primo te pintó en
el medio del campo. Y te cuento, aunque vos ya lo sepas, que cuando veo ese
cuadro en lo de mamá te pego una caricia. Paso mi mano por el contorno de tu
cara y los ojos se me llenan de lágrimas, papá. Y millones de pensamientos
atraviesan mi cabeza y ya no sé qué hacer y te miro y te acaricio y te pienso y
te siento y te veo, te juro que te veo y los ojos se me llenan de lágrimas. Como
cada vez que sueño con vos y voy corriendo a abrazarte y a decirte cuánto te
amo como nunca te lo pude decir.