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De vivencia pura
Blog de guidor88
14 de Mayo, 2014 · General

La vuelta

            Un día más en la tranquilidad de su verde. Definitivamente no añora los tiempos de caos en la urbe. Aún no ha amanecido pero sabe que pronto lo hará. Se lo dijo su abuelo una vez. Le indicó cómo con cada uno de sus sentidos podría percibir la “Dämmerung”, como él simplificaba ocaso y alba en una sola palabra de su tierra natal. Recuerda esos días sentado en el pasto contemplándolo a él, mate de por medio y mirada al horizonte. Con la enseñanza de la experiencia le contaba que usualmente la gente utiliza la vista para descifrar los cambios en el día, pero que, si se está muy atento y con la paz interior suficiente, cada sentido le anticiparía esos momentos únicos que se dan solamente cada 24 horas. Que el rocío en el pasto, que el canto de las aves, que la frescura del sol ingresando por la nariz.

            La vorágine capitalista y consumista lo obligó al desarraigo, lo obligó a partir y reemplazar el césped por el cemento y el alquitrán. Pero hoy es distinto. En busca de la paz interior, que tanto auguraba aquel viejo sabio, retornó a sus raíces, al lugar donde hay raíces, a los pastos donde lo oía durante interminables horas hasta que el crepúsculo se hacía sentir con tal magnitud que solamente la caprichosa luna permitía que se vean las caras ¿Pero qué hubiera sido de ella sin sus secuaces? Infinitas estrellas secundaban la marcha del círculo blanco y evidenciaban que no estaba solo en su cruzada. Quizás eran esas leales cómplices lo que más extrañaba de esas tierras donde aprendió a reír, a llorar, y por supuesto, a amar. Luego de años viviendo en la capital no logró una sola vez contemplar el cielo en su mayor expresión, el cielo real. Aquel que no precisa del sol para iluminarse, el que de noche simplemente baja un poco la intensidad de su luz, se torna tenue, romántico, lírico. Los autos esporádicos en la ruta le indican que aún continúa en un mundo con otros seres alrededor pero eso no lo intranquiliza. No pierde su serenidad por eventuales pasajeros apurados por alcanzar los lugares donde al llegar seguirán corriendo, dándose prisa. Pasajeros a los que su histrionismo no les permitirá considerar la vida con fidelidad a ella, haciéndole honor.

            Permanece sentado. Justamente en el mismo lugar donde escuchaba a su abuelo durante horas. Sin embargo, hoy, 43 años después, en su vuelta a su nido decide no mirar en dirección a la silla, sino al horizonte. Lo emula. Intenta ver como vio él. Intenta sentir como sintió él. Intenta desprenderse de todos sus pensamientos y entregarse a la voluntad de los grillos que no cesan, de las lampíridas hembras intentando atraer a los machos que por ahí acompañan. Y poco a poco observando el horizonte y a sus compañeros de la noche comienza a comprender el por qué de la sabiduría de aquel viejo que parecía hasta entender la causa de la vida y de la muerte. Siempre seguro, siempre audaz e informado acerca de las variadas temáticas que el nieto podría proponerle. Se mostraba firme ante todo, capaz de abatir cualquier desafío. Tal vez por eso Fernando no se dio los días necesarios para acompañarlo en el tramo final. Y aún se lamenta y se tortura y se odia y se odia y se odia. Lucrar, recibir papeles, recibir cobres, hacerse pasar por prestigioso, poderoso, y elegante fueron su prioridad y aquí está ahora. Sentado. Justo en el mismo lugar donde se sentaba a escucharlo a él. La primera lágrima no se hace esperar. Como cada vez que le otorga unos minutos de su tiempo. Se pregunta si algún día se perdonará no haber podido estrecharle la mano. Y sigue con la frialdad ¿Estrecharle la mano? ¡Abrazarlo! Abrazar a ese hombre calvo desde los primeros recuerdos y decirle todo lo que fue para él. Lo que es para él. Que determinó su vida, que la determina día a día aún sin estar corporalmente. Si ni siquiera su fallecimiento fue en vano. Fue exactamente ese punto en la línea de tiempo personal de Fernando el que lo sepultó en la miseria. Una miseria que ya no era solamente humana, sino que ahora también era económica. Sin embargo llegó a tiempo para rescatar a lo poco que quedaba de persona en él y lo trajo de nuevo acá, a la superficie que compartió con él. Al lugar donde le expresó su cariño por última vez a su abuelo. Sin palabras, es verdad, pero seguro lo percibía. Porque cualquiera percibiría un amor tan inmenso, una admiración tan descomunal reflejada en ojos de ilusión. Y más su abuelo que todo lo sabía. Por suerte su pobreza económica llegó en el momento justo antes de que muera lo que quedaba de su alma y le mostró lo verdaderamente importante en la vida. Por supuesto que sus antiguos amigos lo recibieron con los brazos abiertos, sin rencores. Así es la gente del campo. Quizás por una característica sobrenatural innata entienden más los alejamientos, las distancias. Comprenden los distintos caminos que las personas intentan abrirse y cuando regresan no las juzgan. Las quieren, las protegen, les hacen sentir que todo va a estar bien. Y va a estar bien. Porque los que retornan descifran a la brevedad que las preocupaciones del mundo consumista son banales, triviales. Que el sentido de la vida se explica en las personas y sus sentimientos, sus sonrisas y sus besos.

            Y ahí está sentado Fernando. Mirando el horizonte. Pensando en ese abuelo que no pudo despedir. Recordando todas las tardes que pasó junto a él. Y tal vez si no hubiera estado enceguecido habría aprovechado más sus años experimentados, lo habría valorado más, o mejor dicho, le habría demostrado más su aprecio. Tantas cosas perdió Fernando en el camino. No deja tampoco de recordar a Lurdes, aquella muchachita que sufrió la encrucijada en la que él creía encontrarse: “mi carrera profesional o ella”. Poco le importó que ella hubiera dejado todo por él. Se fue de la casa de sus padres a la gran ciudad argumentando que estaba siguiendo el sueño de su vida. Que siempre quiso ser abogada para corregir esta sociedad injusta y cruel. Él sabía que de todo eso la única realidad era la de seguir el sueño de su vida. Casarse y tener hijos con el amor de su infancia. Sobre todo fue bastante elocuente cuando no pudo pasar el ciclo básico pero permaneció en Buenos Aires mintiéndoles constantemente a sus padres acerca de su éxito académico.  Y a la hora de tomar una decisión el billete pudo más.

            Así está ahora. Así mira el horizonte. Solo. Sin su abuelo, sin su novia, solo. Se dejó llevar por el torbellino del éxito y lo perdió todo sin siquiera saberlo. Al menos le queda algo de humanidad. Por lo menos todavía entiende que se arrepiente de su accionar. Por lo menos mira el horizonte en el campo y al escuchar a los grillos y ver a las lampíridas se arrepiente por haber perdido la paz interior que le permitiera anticipar el alba y el ocaso. Mira el horizonte que alguna vez miró su abuelo al conversar con él durante horas, contándole absolutamente todo, evacuando todas sus dudas, explicándole por qué una persona es más feliz cuando ama que cuando tiene. No supo escuchar el mensaje. O tal vez sí lo supo escuchar pero su memoria lo traicionó y se dejó llevar.

            Allí está Fernando. Sentado exactamente en el mismo lugar donde solía sentarse para escuchar a su abuelo hasta que solamente la luna y las estrellas les permitieran verse las caras. Ahora es él el que mira al horizonte. Ahora es él el que piensa y reflexiona. El que recuerda hechos del pasado, el que se lamenta. El que piensa en Lurdes y lo feliz que lo hacía cuando lo obligaba a abstraerse del mundo mediante besos interminables y pasiones de cama que acababan con los tiempos. El que piensa en el viejo sabio. El viejo que siempre todo lo supo, que siempre lo guió pero al que fue incapaz de acompañar en sus últimos días, cuando poco a poco se iba, cuando más lo necesitaba, cuando más necesitaba su abrazo y su te quiero.

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publicado por guidor88 a las 10:33 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
11 de Diciembre, 2013 · General

Pautas de convivencia

            Odio cuando sonreís. Te juro que odio cuando sonreís. Problema mayor es cuando todo se convierte en risa. Cuando no te podés contener y abrís la boca y emitís el sonido de una carcajada. Odio eso. Tendríamos que establecer ciertas reglas en esta relación porque así las cosas no van a prosperar. De esta manera en cualquier momento terminamos agarrándonos de los pelos, insultándonos hasta por los codos, y no queriéndonos ver nunca más. No hay muchas cosas que quiera que cambies, no te voy a mentir. La realidad es que bastantes de las peleas que tenemos son por inseguridades mías, cosas de mi cabeza, historias que me invento, y celos infundados. Pero hay cosas que sí tenés que cambiar. Y te lo digo por el bien de nosotros, no se trata sólo de mí. Creo que esta relación nos hace bien a ambos y los dos queremos que todo esto continúe pero para llegar a esa ansiada meta tenemos que fijar ciertas pautas. Es verdad que de algún modo ahí perderíamos espontaneidad, perderíamos un poco de sorpresa. Se vería cercenada nuestra libertad y no seríamos nosotros en nuestra máxima expresión. Pero es por nuestro bien o, mejor dicho, por el bien de la relación. Después está la posibilidad de que te canses, o ya te hayas cansado, y no te interese seguir conmigo. Pero bueno, intento descartar eso porque no me haría bien y el solo hecho de pensarlo me deprime hasta las lágrimas (y no soy exagerado como vos siempre decís, lo pienso y se me llenan los ojos de lágrimas. Estaría bueno que estés acá y lo vieras pero bueno, no estás. De hecho no podría estar escribiendo con vos acá porque me desconcentrás).

            Pero me estoy yendo por las ramas y quería pautar ciertas reglas, ciertos procedimientos, ciertas directivas que nos van a llevar a relacionarnos mejor. O al menos a que ciertos factores tediosos o molestos de la relación cambien para bien. Deberíamos hacer una lista de acciones a cumplir. Sí, me vas a salir de nuevo con lo de la libertad y que no seríamos nosotros mismos, lo sé y coincido. Pero es de la única manera que veo que la relación puede seguir. Si no estamos en graves problemas, esto no da para más. Nos deberíamos ir despidiendo antes de terminar enemistados y deseando no verlo al otro ni en figuritas.

            Y como te decía antes, odio cuando sonreís. Creo que esa debería ser la primera pauta que fijemos. El punto número uno en la lista. “No sonreír cuando estamos peleados”. Esa. Exactamente esa debería ser la redacción. Breve, concisa. Cortita y al pie. Tiene toda la información necesaria, ni más ni menos. Porque tampoco es que no quiero que sonrías nunca, el problema es solamente cuando estamos peleados o peleando. Hasta me parece ventajero que lo hagas. No es correcto desde ningún punto de vista. Ya debería anotarlo en la lista. Porque sabés que sonreís y me desarmo. Me desplomo y soy una simple tela que podés llevar de acá para allá. Sólo con tu sonrisa. Me rindo a los pies de tal acto de belleza, de inmensa y profunda magia, y me entrego. Y soy tuyo. Soy completamente tuyo para que hagas y dispongas como te parezca. Para que sigas sonriendo o me critiques o me beses o me grites. Ya ahí nada importa, nada es relevante. Ya nada siento, más bien. Perdí. Perdí por completo. Porque sonreís y siento que caigo, que me deshago. Entonces me parece injusto que si estamos discutiendo y tengo un buen argumento y tengo razón, me salgas con una sonrisita que me hace olvidar hasta qué día es hoy y dónde estoy parado. No está bien, eso no es jugar limpio. Porque me veo obligado a mirarte con ojos de tonto, a derretirme con esa sonrisa y simplemente abrazarte y decirte que te odio. Besarte y decirte que te odio. Que odio tu sonrisa. Que odio cuando sonreís. Que odio cuando me hacés bajar la guardia aprovechando que contra eso no puedo. Que contra mi amor no puedo. Odio cuando sonreís. Te juro que odio cuando sonreís.

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publicado por guidor88 a las 12:35 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
24 de Octubre, 2013 · General

La historia la escriben los que ganan

- ¿Vos, vos sos...?
- Sí, soy yo.
- Pe... Pero vos ...
- "No deberías estar acá", ya sé. Me lo dicen todos. C'est la vie, pibe. O c'est la mord.
- Pero se supone que debería estar justificada nuestra presencia acá.
- Y... No es tampoco de las mayores injusticias del mundo. Yo tuve mis cosas, pibe.
- Pero salvaste al tipo más importante de América del Sur ¿No es suficiente motivo para ir arriba?
- ¿Ah sí? ¿Y eso quién te lo contó?
- ¿Lo de los motivos? Yo qué sé, se parte de esa base, es cuestión de merecimientos.
- No, pibe, lo de ese salvataje heroico.
- No sé, los libros, la gente en general. Es algo sabido por todos. Si hasta te dedicaron una estrofa de una marcha.
- Sí, me parece la mejor parte de la canción pero está plagada de mentiras.
- ¿Cómo mentiras? No hay un libro, no hay persona que lo retruque.
- Pibe, ¿Vos te comés todo lo que te dicen? Ya entiendo qué hacés vos acá. Uno tiene que dudar de todo, lo único real es lo que sos y lo que sentís, el resto es gilada.
- ¿Pero entonces vos no lo salvaste?
- ¿A José? ¡Ja! José me odiaba. Ojo, no me quitaba el sueño tampoco. Además tenía sus razones, no comparto, pero yo qué sé.
- Definitivamente no entiendo nada.
- No entendés nada porque te encerrás en tu burbuja. "Soldado heroico...". Ya vas a escuchar en las duchas cómo Adolf y Benito me joden con eso.
- ¿Pero entonces no lo salvaste?
- Uf... María era una mujer bellísima ¡Un cuerpazo que mamadera! Lo que se dice "una vedadera yegua". Los ojos de María, gurí, los ojos de María...
- ¿Quién es María?
- Pará, nene. En el verano del 13 nos cruzamos en lo que hoy en día es Playa Grande. Yo estaba con un par del ejército y ella con su familia. Era una nena para ese entonces pero a mí me volvía loco ¡Una adolescente de la hostia! ¡Firme como rulo de estatua! Y ella mirona, eh. Ninguna boba la pebeta. La cuestión es que me fui a comprar un pancho a un puestito que había por ahí y me la crucé a María que iba a buscar la pelota del hermano que la habían dejado en el sulqui. Y así, con esta cara de boludo que ves, ni lento ni perezoso la piropié y me sonrió ¡Qué sonrisa, pibe! ¡Qué sonrisa!
- ¿Otra vez hablando de esa "María"? ¡Dejate de joder, soldado heroico, vos estabas enfermo y fuiste a buscar Remedios!
- ¡Callate, gil!
   Como verás acá se dice mucha boludez. Bueno, ahí activé con la piba y esa misma noche salimos. Dos quilombos: Escaparme del campamento, y salir con una piba que todos conocían. Una solución: Caminar por la playa y quedás como un champion.
   Ahí empezamos a salir. Siempre a escondidas obvio. No se podía enterar nadie. El tema es que el ejército es un puterío y José no tardó en enterarse de que salía con su "primita". "Primita", decía él. A juzgar por mi experiencia, tenía más polvo que camino de tierra. Ahí me agarró y admito que casi me mata. Vinieron los muchachos a separarnos y quedé internado una semana. Justo diez días antes de la Batalla de San Lorenzo. Y esto en la canción no te lo dicen pero yo siempre fui del Globo. Tenía unas ganas de ganar ahí... Pero el turro me hizo la cama. Claro, estaban todos con él. Así como engañó a los gallegos, me engañó a mí. Me dijo que convenía que me quede en el cuartel, que tenía que rehabilitarme. Que había hablado con María y entendió y ahora no quería que mi daño sea mayor. Te juro que el hijo de puta tenía una labia... Entré como un caballo.
- O sea que...
- Sí, me mandó a matar.
- Pero entonces, ¿En qué se funda la Marcha?
- José no podía mancharse así, ni por su gente ni por la familia, así que aprovechó y me mandó unos tipos que ya me la tenían jurada.
- Pero se arriesgaba a que lo delaten.
- Jamás. Muy pillo él. A los tipos les hizo un favor.
- ¿Qué pasaba? ¿Otra prima en el camino?
- No, me mandó a la barra del CASLA y no la conté.
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publicado por guidor88 a las 22:58 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
15 de Octubre, 2013 · General

Casualidad


                ¿Pero vos pensás que es casualidad? Claro, porque seguramente a todo el mundo le pasa lo mismo. De hecho, por eso el mundo de los noviazgos es perfecto. Las parejas se pelean por cualquier boludez y terminan arreglándose al toque porque se aman un montón. Sí, seguro,  siempre es así. No me mires con esa cara de sorpresa. Con esa cara de “dale, dejate de joder, ya sé que estás siendo sarcástico”. Si te das cuenta que estoy hablando con ironía, ¿Por qué no te das cuenta que esto no es normal? Es que de última pensá en tus otras relaciones que, por suerte para mí, terminaron en nada ¿Pasaba esto? Bueno, a mí no me pasaba, no me pasó, sí me pasa, sí me va a pasar ¿No te das cuenta que hace cinco minutos nos estábamos peleando y ahora nos miramos y no aguantamos las ganas de darnos un beso? ¿Sólo yo me doy cuenta?

                ¿Vos pensás que es casualidad? Yo no, la verdad. Para mí no es algo cotidiano, algo que pase todos los días. Porque te miro y el mundo se destruye silenciosamente. Se da cuenta que pasó a un segundo plano, que ya no le importa a nadie y se va, intenta llamar la atención en otro lado porque sabe que entre nosotros nunca va a tener un rol protagónico. Me imagino al mundo agarrándole la mano al tiempo y diciéndole “Dale, dejemos a estos dos idiotas que se hacen los invencibles. Nunca nos van a ver, están en otra”. Y no, no los voy a ver. No mientras la vea a ella. Sé que ustedes tampoco verían nada si la ven a ella. Si ven cada detalle de su cuerpo y de su ser. Sé que no verían nada si se plantan en sus ojos verdes naturaleza. Que los árboles y todo contorno natural pasaría a ser obsoleto si se detienen en las formas de su cuerpo. Que Dios existe si contemplan cada aspecto de su personalidad, pero él no es la gran cosa, la perfección está frente a sus ojos. La única razón de las sonrisas del mundo. Su sonrisa, sus ojos, su voz. Chau, tiempo, chau, mundo. Tengo cosas mucho mejores que hacer que andar lidiando con ustedes. Así les diría a ellos. Porque para mí no es casualidad. Porque te miro dos segundos a los ojos y nada es casualidad. Porque te miro dos segundos a los ojos y todo es real y todo es vida y todo es amor y todo es mi vida. Porque me mirás y me sonreís y nada de lo que hasta ahora existió existe. Nada. Nada de nada. Sólo vos. Sólo yo.

                Porque te tengo y me desespero y no te tengo y me desespero. Extraño tu cuerpo, tus manos y tus besos de café. No puedo evitar la mirada parsimoniosa cuando tu voz se hace oír como un celestial canto de ángeles. No puedo evitar la reacción desaforada cuando siento que mi cuerpo estalla, que no tiene más lugar, que todo el amor o al menos un poco de él debe salir porque no cabe en un envase tan pequeño. Porque me mirás y me sonreís y nada de lo que hasta ahora existió existe. Nada. Nada de nada. Sólo vos. Sólo yo.

                No, no es casualidad. Se llama amor. Y es el más grande. No te preocupes, no tenés que avisarle a nadie. No tenés que contarle a nadie. Todos se dan cuenta cuando nos ven. Cuando te ven, cuando me ven. Cuando nos ven. Todos se dan cuenta. Es amor. Y es el más grande.

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publicado por guidor88 a las 22:49 · 1 Comentario  ·  Recomendar
 
08 de Septiembre, 2013 · General

Mutuamente

                A juzgar por el nivel de oscuridad, la noche ya le había puesto hacía un rato largo un manto delicado de terciopelo a un sol que se negaba a retirarse. Aquel que habitó en nosotros durante toda la jornada y del que sentíamos todavía su omnipresencia. El que habitó en nosotros durante toda la jornada, los días ya transcurridos, y se proponía continuar en nuestra historia a la par. La cortina blanca no cubría por completo la ventana y  a través del hueco que dejamos por olvidar la persiana alta se veían las estrellas que en vano se proponían iluminar la noche con olor a lluvia. La oscuridad primaba en el cuarto pero yo te veía. Yo te miraba. Te apreciaba. Llegaba una vez más a la conclusión que llego cada día de mi vida: “No puedo creer que esta mujer me haya elegido a mí”.

            La brisa nocturna ambientaba la situación poéticamente. De haber tenido un papel y una birome cerca habría escrito la historia de amor más hermosa jamás contada. La veía en tus ojos ahora cerrados y parsimoniosos. En la lírica de tu cuerpo armonioso en su totalidad. En mi recuerdo de tus te amos y tus sonrisas sin fin. En mi recuerdo de los dos amantes en cuerpos desnudos acostados sobre tus blancas sábanas mirándose mutuamente absortos. Sin posibilidad de emitir sonido, sin posibilidad de adjudicarle un sentimiento, una palabra a todo lo que sucedía ahí. Miradas que se cruzaban incrédulas, felices e idílicas. Enamorados.

            Y en algún momento pensé en pedirte perdón. Allá por los comienzos. Cuando pensé que eras todo lo que mis ojos veían. Ingenuidad en su máxima expresión. Si tu imagen hubiera encallado en ese momento quizás hoy no estaría mirándote en la oscuridad y sintiendo que el corazón me pide a gritos salir para ir con su verdadera dueña. Si aquella vez te hubiera pedido perdón, hoy debería escribirlo en el cielo por todos los instantes que te arrebato. Por cada tarde juntos, cada mañana abrazados, cada noche de amor. Te observo en la noche y me pierdo en tus detalles. En tu cuerpo, tu rostro y las palabras que cada día me regalás. Allí por fin concluyo en que no puedo escribir tal historia que me proponía. Que ya se escribirá en el aire a medida que pasemos los años tomados de la mano y cuidando nuestros corazones. Mutuamente.

            Me alejo unos milímetros para contemplarte con mayor amplitud y confirmar una belleza que no precisa confirmaciones ni reconocimientos. Que se sabe belleza, que se sabe afrodisíaca e interminable. Es entonces cuando en mi rostro quizás aún un poco dormido se dibuja una sonrisa, pienso en todo lo que te amo, te doy un suave beso en la mejilla, pongo mi brazo por sobre tu cuerpo y vuelvo a dormir.

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publicado por guidor88 a las 20:46 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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