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El deseo le carcomía la vida. A esa altura
ya cualquiera podría haberlo diagnosticado como un “insano”. Ya no era nada
normal su devoción, su incapacidad de vivir sin su objeto de deseo. Se había
transformado todo en algo tan profundo que hasta se hizo evidente para ojos
ciegos que sería inevitable. Lo desvanecía su andar, lo torturaba su habla
lejos de su boca y terminaba por asesinarlo su sonrisa. Esa sonrisa que
cautivaba a cuanto descreído del amor se cruzaba y lo abofeteaba haciéndolo
entrar en razón sin intenciones de ello. Muy adentro suyo, en lo que algunos
llamarían inconsciente, ella sabía lo que generaba, ella sabía cuánto valía y
por qué lo valía. Porque no se trataba de un simple aspecto físico, de una
belleza superficial que nunca cura males, sino que los apacigua. Su exterior era
tan real como el interior que escondía tras ropas y corazas. No se dejaba
influenciar con facilidad y su inteligencia no permitía falsas promesas.
Ya
no podía seguir esperando, dejando ese deseo latente, ese deseo creciendo a
pasos agigantados dentro de él. Algo debía hacer para apagar el fuego que
comenzaba a reinar, a ganar la batalla contra un agua que no se hacía presente
al combate. Él también tenía sus fundamentos, no era una mera obsesión, no se
trataba de un capricho. Era completamente consciente de sus razones, de que su
accionar no era bajo ningún punto de vista erróneo y que hacía tiempo venía
sumando aciertos. Tardó en convencerse. La veía demasiado perfecta para él, sin
dudas ella merecería algo mejor, sin embargo no había ni habrá hombre en la
tierra que llegue ni a merecer un cuarto de esa persona impecable,
indescriptible. Eso lo consolaba. Sabía que él no lo había ganado ni lo ganaría
pero sabía que nadie lo haría. Después de todo también reinaba en él la certeza
de que si bien no era merecedor de tamaña perfección, sí le podía hacer honor.
Realmente se desvivía Germán por esa mujer y eso era innegable. Y así como se
desvivía, hacía todo lo que tenía a su alcance y lo que no, simplemente para
verla feliz, porque sabía que la sonrisa de ella, era la felicidad de él. Jamás
puso en tela de juicio que él era el candidato ideal para ella, sabía que nunca
alguien iba a amar a esa mujer como él la amaba, sabía que nunca nadie haría
por esa mujer (ni por ninguna) lo que él hacía y estaba dispuesto a hacer por
María. Porque si ella se lo pedía, él le bajaba la luna y nada más importaba.
Frase trillada por supuesto, pero por una vez real. A la esfera blanca,
satélite de la Tierra, argumento de seducción de muchos, romanticismo de otros
y objeto de apreciación de otros tantos, le dejarían de zumbar los oídos con
falsas promesas, con absurdas declaraciones, si María le pidiera que se la
traiga para verla de cerca. De todo era capaz porque ella se tornó su vida
misma. Sin proponérselo terminó gobernando sus días. Era Princesa y Reina en su
Monarquía y cabeza de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en su
Democracia. Manejaba sus hilos como una marioneta boba dependiente del accionar
de quien la maneja. Sigilosamente se metió en un lugar de donde jamás saldría.
Muchas veces él se preguntó cómo pudo llegar a suceder eso. Luego de noches en
vela y tardes pensando simplemente en su perfección cayó en la cuenta de que
María estaba en su vida, estaba dentro de su cuerpo, incorporada. Que aprendió a
amarla sin necesidad de recordarla porque siempre estaba presente. Así como
algún día se le incorporó de niño el andar, el caminar y jamás lo olvidó y
luego pasó años utilizándolo sin siquiera pensarlo, ella se le incorporó y
jamás la olvidó y pasó años pensándola sin siquiera pensarlo.
Ese
amor infinito con el que convivía todos los días le confirmaba a Germán que él
debía ser quien esté a su lado porque sin duda alguna, sería él quien más feliz
pueda hacer a esa mujer. Nunca nadie podría llegar a sentir tanto amor, ni por
ella ni por nadie. Había descubierto otro sentimiento. Amor no podía ser.
Concluyó en que eso no podía llamarse amor. La palabra era demasiado popular y
demasiado utilizada como para que significara ese sentimiento tan grande que él
sentía. Se encontraba ante el dilema de si la palabra “amor” era siempre
utilizada sin un sentimiento de tal magnitud o si lo que él sentía en realidad
no podía adjudicársele esa palabra. Su sentimiento era a todas luces mucho más
grande que cualquier otro, de eso estaba seguro. Como le pareció arbitrario
reducir las sensaciones de otras personas que ni siquiera conocía, llegó a la
conclusión de que su sentimiento carecía de nombre todavía. Que entre ellos dos
lo habían creado, y la certeza de haber inventado algo con ella lo hacía sentir
en el cielo. El nombre de lo que sentía no importaba, él sabía que ahí estaba y
nunca se iba a ir; en definitiva el nombre debía inventarlo él, siendo el único
en el mundo que sabía de qué se trataba, pero debía ocuparse más de
hacerla sentir como la Reina que era a María y no de trivialidades como la
adjudicación de un nombre a un sentimiento que él bien sabía de qué se trataba,
ya que hacía años que convivía con él.
Se
armó de valor. Se convenció de sus aptitudes y se auto-confirmó que la
situación no podía seguir de ese modo. Que ese deseo que le carcomía la vida
debía hacerse realidad. Pensó tanto en ella, la pensó tantas mañanas, tardes y
noches que se terminó haciendo la idea de que realmente la merecía, que era lo
mejor para ella y vaya si tenía razón. Lo ideó todo. Investigó con numerosos
días de anticipación cuándo llovería para darle un toque más romántico a la
situación y que ella no se pudiera negar. Le compró por supuesto un ramo de
margaritas todas blancas como tanto le gustan a ella y la agarró por sorpresa
en la calle, sin que ella esperara nada ni a nadie. La lluvia caía con fuerza y
las gotas dolían, cuidar las flores no fue tarea fácil y evitar a las personas
con paraguas bajo los techos tampoco lo fue. Pero sabía, estaba seguro que ella
andaría por ahí a esa hora. La encontró. María sonrió. María miró las flores.
María lo abrazó y le dijo entre besos que era el mejor novio del mundo. María
le dijo que no se esperaba esa sorpresa. Germán le pidió que se case con él.