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A
Salvador Nicolás Moliño le gustaba que le dijeran “Nico”. Su primer nombre no
sólo le resultó siempre anticuado por de más, sino que también argumentaba no
querer ser llamado como un país y menos como el técnico emblemático de su
archienemigo el pincha. De todos modos se consideraba un amante del fútbol en
general y no demostraba fanatismo asérrimo por ninguna institución. Su fuerte
era el juego a decir verdad. Nico era de esos que antes de que le llegue la
pelota ya sabía qué iba a hacer. Su primera opción siempre era el pase y buscar
la devolución, un tipo funcional. Nico falleció el 18 de julio de 1994, pero
eso no es lo que quiero contar.
Salvador
Nicolás Moliño era un amante de la mujer. Las tenía siempre en un pedestal y no
dudaba en afirmar que eran los seres más bellos del universo. Su respeto hacia
ellas era digno de una ovación de pie. Para quitarse el sombrero y apreciarlo
con emoción y ojos vidriosos. Esto no significa bajo ningún punto de vista que
Moliño haya sido un mujeriego. Siempre hizo hincapié en la eterna belleza de
las mujeres pero su respeto y amor le impedían fijarse en otra que no sea Sofía
Lucila Schreiber. De cabellos rubios y ojos de verano, le hacía honor a la
procedencia de su apellido. Su timidez y bajo perfil eran llamativos en una
mujer de su edad y sus características. Desde que Lucila entró al colegio aquel
8 de marzo, Nico supo que esa mujer lo iba a iluminar por el resto de sus días.
La cortejó todo lo que pudo pero en la medida justa, la conquistó y la amó
hasta el 18 de julio de 1994 cuando inconcientemente se llevó un amor más
grande que aquella explosión asesina, y un pedazo de su vida. Al principio no
le fue nada sencillo. Ella era una señorita y no se consideraba en edad de
comenzar nada con nadie y es cierto, tenía 14 años. Pero no los 14 años de hoy,
los de ayer. Aquellos en que nadie era un santo, como se suele decir, pero que
sin dudas eran menos precoces que la preadolescencia actual. No tardó mucho,
sin embargo, en dar el brazo a torcer. La persistencia y dedicación de Moliño
terminaron por enamorarla y comenzaron un noviazgo plagado de sentimientos
coherentes entre sí. Las salidas eran más bien simples. La primera de ellas fue
una función de cine de la que Sofía Lucila Schreiber todavía tiene las entradas
como complemento de un recuerdo imborrable. Su felicidad era sumamente visible
y pasaban días de amaneceres sobre el mar. En poco tiempo forjaron un amor al
que muchos nunca llegarán, porque era amor de verdad, sincero y sin límites.
Comprendieron al cabo de cinco meses cómo complementarse mutuamente y a los
siete ya eran inseparables. Se notaba a la legua que la vida de cada uno estaba
compuesta por dos seres. Ambos conformaban la vida de Sofía Lucila Schreiber
por un lado y la vida de Salvador Nicolás Moliño por el otro.
Numerosas
anécdotas brindó también esa relación; como el día en que Nico conoció a Martin
Schreiber. Su nombre alemán fue transformado en la primaria rápidamente al
español y todos le llamaron – y le llaman hoy en día – Martín. El padre de
Lucila se sentó en la cabecera y no dejó lugar a dudas de que en esa mesa
mandaba él y si formulaba alguna pregunta, la respuesta debía realizarse sin
titubeo alguno. La cena transcurrió entre risas y Nico procuró comer poco y
reírse lo justo y necesario. Pocas veces se evocó su palabra y cuando se lo
hizo fue para sacarle un poco de su timidez y nerviosismo; Martin no era tan
terrible de todos modos. Autorización mediante se quedó un rato más en la casa:
se sentaron en el sillón, pidieron helado y miraron una película; una de las
tantas noches soñadas. Se fue a su casa a las cuatro de la mañana con una
sonrisa dibujada de oreja a oreja. Imborrable fue ella durante toda esa noche.
Con ojos enamorados se fue a dormir esa noche sabiéndose el hombre más feliz
del mundo.

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Exactamente
un año y dos meses de novios disfrutaron juntos entre risas y llantos,
felicidades y tristezas. El 18 de mayo de 1993 marcó la vida de ambos y todos
los 18 de mayo siguientes hicieron reinar en ella una angustia profunda e
inllevable. Tuvieron sus peleas como toda pareja normal pero se amaban como
nadie. Era evidente que cada uno se desvivía por el otro. Moliño no dejaba un
segundo de pensar en los rasgos perfectos de su novia, aquella que lo iba a
acompañar hasta que la muerte los separó. Ninguno de los dos sabía seguramente
la magnitud que iba a adquirir la relación, aunque de Nicolás era sospechable.
Cada mirada dirigida a su amada desde el primer día en que la vio fue una
mirada de ilusión, estaba entregado a su corazón. Contra viento y marea y
recorriendo cielo y tierra se las ingenió para despertar un mínimo sentimiento
en ella que luego transformaría en amor, él lo sabía y así fue. No tardó en cautivarse
y maravillarse ante su novio, esa niña de risas vergonzosas y dulces. La
especialidad de él eran las sorpresas. Solía decir que le encantaba
sorprenderla porque era allí cuando veía sus sonrisas más sinceras. Sonrisas
que nacían de una mueca seria para no borrarse jamás. Sonrisas no esperadas.
Sonrisas que rompían con el libreto. Esas sonrisas que le salían del alma y no
las podía ocultar, que se veían reflejadas en sus ojos acompañadas de emoción y
agua de lágrimas. No se podían actuar, eran honestas y profundas.
Siempre
con debida anticipación pensaba cuál podría ser el próximo paso para lograr eso
que tanto buscaba. La horizontalidad de su boca con leve inclinación hacia
arriba era el objetivo de Nico y todo su actuar era en función a eso. Sus
amigos sabían que así era y lo tildaban obviamente de “pollerudo”. Pero a él no
le importaba, él amaba a esa mujer como a nada en este mundo y daba la vida por
ella. Era su princesa, su razón de ser, el motor de sus días. No tardó nada en
hacerse “Lucila-dependiente” , como le gustaba llamarlo, y debido a ello se lo
veía feliz tanto con soles como con lluvias. Era su vida, él lo sabía y ella
también.
El
17 de julio de 1994 se decidió por sorprenderla con algún regalo en una de esas
fechas que para ellos ya era monótona: el mes. Con suma dedicación pensó
arduamente en qué sería lo mejor, cuál sería aquella sorpresa que ella no
esperaba. Tras largas horas de reflexión concluyó por la sencillez. De manera
completamente inesperada llegaría a las 13:15 a la puerta del consultorio de su
psicólogo, quien sin saberlo a partir de ese día tendría más trabajo que nunca;
de hecho nunca llegaría a abarcarlo todo y la vida de Lucila se desmoronaría
abruptamente. 13: 15 estaría aguardando de la vereda de enfrente para sorprenderla
con un ramo de margaritas. Esas blancas como espuma de mar que tanto le gustan
a ella. Con un corazón amarillo y numerosos pétalos, que quizás otras cortarían
para saber si su amor las quiere “o no me quiere”, pero ella no. Ella sabe que
él la ama, no le hace falta. Llegaría con un ramo de margaritas preciosas
dentro de ese frío invierno que comenzaba a doler, esperaría enfrente, ella
saldría y no se percataría de su presencia. Iba a caminar con decisión hacia la
calle por donde pasa su colectivo pensando que tal vez se verían ese día,
después de todo era 18. Él llegaría desde la otra vereda y la sorprendería con
el ramo alzado y diciéndole una vez más aquello que incansablemente le repite y
no se cansa de pronunciar y ella no se cansa de escuchar y lo extrañará
horrores cuando ya no esté: te amo. La sonrisa que se dibujaría en su rostro
sería aún más grande que la que tenía Nico mientras lo pensaba, seguro.
El
18 de julio de 1994 Nico se encaminaba por Pasteur al 600 hacia el consultorio
del Psicólogo de su novia. Nunca llegó. Llevaba orgulloso el ramo, sonreía a
sabiendas de lo que eso produciría en Lucila y escuchaba música con una eterna
felicidad. No se dio cuenta de cuándo se fue, así como tampoco sabe ni sabrá
cómo. Las más de 200 personas que corrieron su suerte tampoco lo sabrían nunca.
Lo único que supo en ese momento y sabe todavía al igual que Lucila, es que con
él se llevó un pedazo de su vida, de su corazón y de su alma. Que ella ya no
sonríe como a él tanto le gustaba porque no encuentra razones. Sabe y sabía y
siempre supo también que la explosión fue grande pero nunca alcanzaría la
magnitud de su amor.