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16 de Febrero, 2013
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No,
no me quiero despertar. Hoy no me quiero despertar. Quiero que las horas pasen
y me digan que no es el día, que hoy no va a pasar. Quiero seguir durmiendo,
quiero seguir abrazándote, quiero seguir sintiéndote acá. Tu calor, tu perfume,
tu piel. Por favor apagá el despertador, hoy no quiero que suene, hoy no me
quiero levantar, hoy no quiero que el día siga, que el sol brille, que se
oculte más tarde, que la gente desayune, almuerce y cene, que los optimistas salgan a correr
porque hay sol, que los turcos vayan a sus puestos de Döner a trabajar. Hoy no
quiero nada de eso. Hoy quiero que se pare el mundo. Quiero que dios de una vez
por todas me haga un favor, me tire una buena y pare el tiempo. Porque sé que
hasta desde el cielo es notorio el amor que nos tenemos, cómo nos amamos, cómo
nos besamos, lo imposible que sería vivir separados. Eso lo ve cualquiera. Se
siente. Miro tu foto y se siente.
Y
suena de nuevo el despertador y, como vos sos una persona responsable, te
despertás. Sabés que ese vuelo lo tenés que tomar. Si no van a venir en busca
tuyo y vos sabés que te lo tenés que tomar. Vos tampoco te querés levantar. Y
me doy cuenta porque me abrazás, porque me abrazás fuerte y apoyás tus labios
en mi frente. Los apoyás incrédulos, deseosos, pero también conscientes. Sabés
que te vas aunque no te gustaría dejarme, lo sabés, lo sabemos. Y siento tu
calor como nunca. Tu piel es seda rosada. No saques tus manos de mí, por favor
no saques tus manos de mí. Seguí abrazándome, quiero que tus caricias en mi
espalda se hagan interminables, que sean eternas, paremos el tiempo y vivamos
estos segundos de magia como si fueran horas. Sé lo que estás pensando, lo que
estás deseando, sé que mientras me estás abrazando, mientras tus labios siguen
en mi frente regalándome un beso infinito, una lágrima cae por el costado de tu
ojo derecho. La siento, la escucho, cae en la tela de la funda de la almohada y
la sufro como propia. Y todos mis esfuerzos por no llorar se tornan vanos,
insulsos, no llegan a ningún lado y los ojos se me llenan de tristeza y me es
imposible no estallar en llanto.
Que
este instante sea eterno. No quiero que te levantes, no quiero que te duches,
que te peines, que te perfumes, que te vistas, que te vayas. Necesito de tu
mirada para vivir, de tus palabras para seguir, de tu presencia para respirar.
Y en un movimiento que rasgó mi piel para siempre, me soltaste, me dejaste
sola, me dejaste pensándote, llorándote. Hiciste lo que tenías que hacer. Te
bañaste, me rogaste que no llore más, que si no te destruía y te creí y te
creo. La inmensidad de nuestro sentimiento logra eso. Que mis lágrimas sean
tuyas y las tuyas mías. Y para no estallarnos en llanto como dos tontos me
volvés a pedir que pare, que no llore más. Que por favor me levante y te
acompañe porque querés estar hasta el último segundo posible conmigo y recordar
mi sonrisa como la razón de la naturaleza. Con el alma desgarrada cumplí. Y lo
hice por vos porque si era por mí me quedaba todo el día y el resto de los de
mi vida tirada en la cama pensándote, amándote como siempre y como nunca.
Siempre
arrancándome sonrisas hasta en el día más triste de mi vida. Siempre con esa
luz en tus ojos, tu boca y tu alma. Y después me pregunto cómo no te voy a
extrañar si en mi pecho llevo algo que late sencillamente por vos. Miro tu
sonrisa y ahí sí el tiempo se detiene. Ahí sí no hay nada más alrededor. Cómo
no te voy a extrañar. Y estamos acá y de esta no zafamos, esta sí que es
verdadera, la verdadera, la única, el momento al que tanto le temimos. Y acá estamos
y terminás tus trámites y te pido por favor que cuando te vayas no mires hacia
atrás, por nada del mundo mires hacia atrás que me voy a despedazar. Y nos
dimos el abrazo más húmedo que el planeta haya visto, entre llantos y besos. Y
yo no te quería soltar y vos no me querías soltar porque sabíamos que el
siguiente paso era vernos por última vez, que te tomes ese avión y no volvamos
a disfrutar del amor interminable del otro. Y no me soltabas y yo tampoco te
soltaba. Ni se me cruzaba por la cabeza soltarte. Pero era necesario. Y nos
separamos y llenos de lágrimas te repetí que no mires para atrás cuando te
vayas, que te vayas y listo, que sigas pero que por favor no mires para atrás
porque me muero del dolor. Y te fuiste. Y te diste vuelta y te fuiste. Y yo sé
que llorabas, conozco cada uno de tus movimientos y, aunque estabas de espalda,
sé que llorabas. Y te veía caminar y no, no me aguanté. Te grité que vuelvas,
que no te vayas, que quería mirarte y compartir mis lágrimas con vos. Y ahí me
desobedeciste. Y qué suerte que me desobedeciste. En cuanto te diste vuelta nos
hundimos en un abrazo eterno. 
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guidor88 a las 15:38 · Sin comentarios
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23 de Enero, 2013
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- Para Jochu que me transmite su magia.
Él
estaba siempre ahí. Inmutable, observador. Internalizando, aprehendiendo cada
movimiento que realizábamos. Mirándonos día y noche cómo caminábamos, cómo nos
relacionábamos, cómo dormíamos. Descubriendo todos nuestros defectos y nuestras
virtudes, notando nuestras tristezas y riendo con nuestras alegrías. Desde una
perspectiva omnisciente él estaba ahí y lo veía todo. Era partícipe de cada
acto de esa casa. De cada acto de esa casa y de las que le sobrevinieron.
Siempre estuvo ahí. A lo lejos en el afán de pasar inadvertido. Nunca le gustó
que aludiéramos a él, prefería el perfil bajo, el rol de aquel que calla, analiza, piensa, reflexiona.
Papá
siempre estuvo ahí. Nosotros lo lloramos, lo extrañamos, lo pensamos una y mil
veces y él siempre estuvo ahí. Vio cuando Martu agarraba la pelota y no dejaba
de jugar. Que mamá iba al living y lo retaba porque González después se quejaba
por el pique de la pelota. Que no lo deja dormir, que no lo deja leer, que no
lo deja trabajar. Papá veía que mamá retaba a Martu y que en cuanto ella
desaparecía de la imagen, mi hermano insaciable seguía jugando con el esférico
más allá de todo vecino y viviendo su sueño de ser un gran jugador de fútbol.
Él no metía los goles. Él mantenía la posesión, armaba juego con los defensores
para crear espacio, llevaba el balón a la zona de los volantes y terminaba la
jugada con un pase en profundidad de los famosos “tomá y hacelo”. Después lo
festejaba. Iba corriendo al córner y se abrazaba con quien dio el puntapié
final y le decían que el gol había sido todo suyo. Y los relatores gritaban el
gol del goleador pero en cuanto finalizaban con la efusividad premiaban la
jugada que Martu había hilvanado arrancando desde su propio campo y
finalizándola con un pase certero para que ese partido que tan trabado parecía
termine en victoria del Club Atlético River Plate. Mamá ya volvería a retarlo,
él lo sabía y papá también, pero él había tenido su momento de gloria. Y el día
de mañana sería mucha más gente la que lo festejaría. Su nombre en los
periódicos, él almorzando en familia y llamando todos los días a mamá para
saber cómo estaba. Papá también me vio a mí cuando vino Cata por primera vez a
casa. Carne al horno con papas y una salsa de crema y verdeo que no podía
fallar. La vieja no estaba, se había ido unos días a Mar del Plata con la
abuela, y con Martu ya nos entendíamos, él sabía que esa noche era importante
que no esté. Cata comió como come toda mujer cuando cena una de las primeras
veces con el novio. Por suerte ya lo sabía y no me hice mucho la cabeza cuando
dejó medio plato. Además para mí estaba riquísimo y le creí también cuando me
tiró un cumplido. Y papá estaba ahí. Observando orgulloso. Sabía de mi
felicidad de estar con esa mujer ahí o más bien de estar con LA mujer ahí.
Sabía que se trataba de un acto de amor, que mis ojos derrochaban dulzura,
enamoramiento, que se me caía la baba por ella. Que apenas abría la boca, yo
entraba en un estado de éxtasis que parecía eterno. Él se daba cuenta, él me
veía y me conocía. De él salí, él también la había hecho alguna vez y estaba
chocho de que su hijo fuera a tener su primera vez con la mujer a la que amaba
y en ese contexto que se prestaba tan especial. Por supuesto que del post no
vio nada. Me daría muchísimo pudor. Fuimos a la pieza de mamá y el resto los
caballeros no lo contamos.
Creo
que siempre nos soñó jugadores de fútbol. Realizando lo que él nunca pudo. Eso
me duele. Me duele creer que le fallé, que no cumplí con sus expectativas, que
quizás no está orgulloso de mí porque tomé otro rumbo. En todo momento
parsimonioso y reflexivo, creo que de todas maneras siempre entendió nuestras
vidas. Las entendió y las apoyó. Hay veces que sueño con él. Tal vez más con lo
que me cuentan o veo en fotos que lo que recuerdo. Terminó por ser un padre de
fantasía, un personaje de cuentos, aquella figura a lo lejano en un cuadro.
Son
muchas las veces también que me despierto justo al momento de darle un abrazo
fuerte. Son infinitos los días en que me levanto angustiado y así encaro todo
el día simplemente porque no sale de mi cabeza. Las noches que me despiertan
entre sollozos porque estaba contándole mi vida en el mundo onírico. Es que,
viejo, si me vieras… Si supieras que traté de hacerme a tu imagen y semejanza,
a pesar de casi no haberte conocido. Si supieras que mamá siempre nos habló y
nos habla maravillas de vos. Que cómo nosotros amamos a nuestras mujeres no lo
aprendimos de nadie, está en nuestro ADN porque vos nos hiciste. Que la
modestia, la dignidad y el perfil bajo los sacamos de vos porque aún de bebés
nos influenciabas. Es que yo sé que lo sabés. Nos estuviste mirando siempre,
siempre estuviste ahí. Nos mirabas desde ese cuadro en que tu primo te pintó en
el medio del campo. Y te cuento, aunque vos ya lo sepas, que cuando veo ese
cuadro en lo de mamá te pego una caricia. Paso mi mano por el contorno de tu
cara y los ojos se me llenan de lágrimas, papá. Y millones de pensamientos
atraviesan mi cabeza y ya no sé qué hacer y te miro y te acaricio y te pienso y
te siento y te veo, te juro que te veo y los ojos se me llenan de lágrimas. Como
cada vez que sueño con vos y voy corriendo a abrazarte y a decirte cuánto te
amo como nunca te lo pude decir. 
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guidor88 a las 15:11 · Sin comentarios
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12 de Enero, 2013
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Bueno, bajar acá no me queda tan mal. Al fin y al cabo
tengo la bici y si me tomé el tren fue de oportunista nada más. El problema sería
que no te bajes acá y tampoco en la próxima. Que pases por alto la estación de
Villa Urquiza y las que siguen y hasta San Martín no te bajes ¿Cómo carajo
vuelvo de San Martín? Debería tomarme el tren para el otro lado y eso sí que ya
sería un tirón. Pero por otra parte estás en otro vagón y yo con la bici, no
puedo ir ahora y en un acto de suprema valentía comenzar con lo que me propuse
en cuanto te vi. Además no sería lo mismo. Agarrarte de sorpresa cuando salís y
con el speech que ya me pensé, sería
lo ideal. Te imagino ya pensándote en tu casa, comiendo algo porque son las 22:00
y estás todavía en el tren, estás hambrienta seguro. Entonces bajás, te sabés
en la cercanía de tu hogar y no esperás que de repente aparezca un jugado invitándote
a salir. No tengo nada que perder, seguramente no te vea más si no te hablo
ahora. No tengo la más mínima idea de si tenés novio. Si en tu casa hay velas
en la mesa y dos juegos de cubiertos. Si te esperan con un ramo de flores y una
exquisita cena para celebrar tal vez un aniversario o por el simple hecho de
estar con vos. Porque seguro que es algo para festejar. Si yo estuviera en mi
casa esperando que una mujer con tu ángel cruce la puerta, también lo celebraría.
Si a eso lo acompaña un dulce beso en los labios y escucharte un largo rato
mientras me contás todo lo que hiciste en tu día, cerramos todo, le digo a dios
“gracias por todo pero yo no me voy de acá” y salgo en la televisión para
decirle al mundo que dejen de gastar en religiones y creencias que demandan más
sacrificio que placer y les cuento que la felicidad se encuentra en el amor. En
contemplar a una mujer durante horas y morderse los labios para no ceder e
interrumpirla en lo que parece el discurso de un ser divino. Morderse los
labios para no irrumpir intespestivamente con un beso desesperado o con un
simple “sos la mujer más hermosa del mundo”. Es que ahí mismo está la
felicidad, en esos sentimientos tan inexplicables como elementales. Momentos
que cada ser humano puede vivir pero que no son valorados porque aún después de
muchísimas experiencias, no podemos darnos cuenta que el amor es la respuesta,
que el amor es la salida, que el amor es la fuerza.
Miguelete. No es tan terrible. Podría haber sido peor.
- Disculpá, vas a pensar que estoy loco, lo sé. Pero tenía
que hacer esto. Me tendría que haber bajado hace tres estaciones pero sigo acá
solamente para ver hasta dónde llega mi suerte. No pretendo que sientas un amor
a primera vista ni que pienses “la pucha, qué lindo es este pibe”. Sólo te pido
una oportunidad, una salida. Salimos un día y ahí juego todas mis cartas. Si no
te convenzo ahí, no te molesto nunca más, te das media vuelta y perdí, pero te
pido que me dejes verte otra vez.

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guidor88 a las 07:24 · Sin comentarios
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02 de Enero, 2013
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 El Mingo estaba mateando en su portón como cada tarde de
sábado mientras el sol se excusaba e iba cerrando sus ojos para encarar desde
temprano y fuerzas el día siguiente. Después de horas de cebado, su yerba seguía
sin lavarse. Siempre le admiré esa capacidad al Mingo. Cuando íbamos a lo de
Maxi, ninguno de nosotros era capaz de hacer durar el verde por más de tres o
cuatro mates. Lo tomábamos igual, obvio. Como herederos de una tradición
barrial sabíamos que tarde o temprano la cosa iba a mejorar y debíamos ponerle
empeño. Cuestión que el Mingo le daba a la bombilla hacía horas y había
cambiado la yerba dos o tres veces nomás. Nosotros seguíamos pateando como
endemoniados, a pesar de que la iluminación del estadio era a cada minuto más
tenue y la hora de la siesta ya había pasado hace mucho ¡Qué cosa la siesta! Las
horas más aburridas de todo el día. Que nuestros padres durmieran era lo de
menos, es nos hacía amos y señores de estas calles, el problema era no poder
explotar nuestra condición de patrones supremos en todo su esplendor porque ahí
caía el ejército de Margarita, la Clota, Berta y la vieja Antúnez. Asomaban y
pisaban nuestros suelos en clara muestra de supremacía y con gritos de guerra
capaces de apaciguar a los soldados espartanos. A veces hasta salían con armas
que creían de última generación para espantar a cualquiera de nosotros, con un
golpecito de esos palos de paja nos daban a entender que nuestras casas eran
nuestro próximo y más cercano destino. Así pasábamos nuestros días. A la mañana
los hermanos Baigorria iban a la escuela con todas las chicas más lindas del
barrio. Nos decían que nosotros íbamos a terminar pidiéndoles monedas cuando
ellos ya sean arquitectos o abogados. Siempre que nos jactábamos de haber
dormido una parva, ellos salían con ese cuento. Algunas tardes, cuando considerábamos
la calle como terreno del enemigo que no nos dejaría patear la pulpo, nos
contaban sobre todas las minas que se ligaban ahí. El Joaco soñaba todos los días
con poder ir sólo para encararse a cuanta hembra se le cruce por las pupilas. Además
estaba loco por la hija del Speranza que no podía evitar mirarla ni en los días
de más frío que estaba tapado hasta la nariz. Yo quería estudiar. A mí me
interesaba lo que aprendían ahí. Cuando escuchaba a los viejos de otros del
barrio que habían ido a la escuela, me sorprendía por su forma de hablar. Los
tipos manejaban otro idioma, otra jerga. Yo quería ir y que mi casa algún día
tenga tele en otro lugar que no sea el comedor. Papá decía que no podía, que no
teníamos un mango partido al medio y yo lo miraba atento. Lo entendía al pobre
viejo que se rompía el lomo de sol a sol y, salvo que la situación lo amerite
con creces, no me mandaba a laburar. No podíamos pagar los libros, materiales y
todas las chucherías y seguir comiendo. Igual siempre me convencí de que algún
día iba a despegar de la miseria, estudiar con las pibas más potentes del país
y pisarles la cabeza a los agrandados de los Baigorria.
El Mingo tomaba mate y nosotros pateábamos. Me encantaba
quedarme hasta tarde ahí porque papá se sentía orgulloso cuando llegaba y me veía
divirtiéndome. En parte porque lo tomaba como un logro personal y por otra
parte porque él siempre quiso jugar profesionalmente pero sólo llegó a la 4° de
Sportivo Hermandad. Esa fue la última tarde que nos vio felices gritando goles
y autodenominándonos “Mario Alberto Kempes”. Algo me dice hoy en día que el
Mingo sabía lo que iba a pasar. Su mirada sigilosa y cansada no sufrió
espamento cuando todo sucedió. Por esas horas ya no era fácil reconocer la
bocha y hacer caños era más fácil que hacer un gol. En lo que fue la última
jugada de un partidazo de ida y vuelta, Mauricio corrió por izquierda dejando
las piernas cansadas del Pitu muy atrás (siempre fue un pecho frío), enganchó y
tocó al medio para Maxi que siempre pensaba la jugada antes que nadie y abrió
para la entrada de Roque que metió un derechazo épico y se despachó con un
grito de gol que nos convenció a todos de que esa pelota se había colgado del ángulo
superior izquierdo en lo que sería el gol más recordado en la historia de la
cuadra. No sabía igual que el gol realmente no iba a pasar desapercibido.
El auto color verde frenó enseguida pero con parsimonia. Como
quien sabe que domina la situación; sabiéndose ganador más allá de ser nosotros
los que vivíamos corriendo en esas calles. Alto, de pelo y bigote morochos,
ojos abiertos y debo decir que muy acicalado. Se bajó con la misma parsimonia
con la que el auto se detuvo. Con ojos saltones, Roque intentaba entender lo
que había pasado. Tuvo que descender de su momento de gloria más grande para
observar el faro roto del auto. De tan fuerte que había gritado el sátrapa,
nadie escuchó el estallido, la lluvia de cristales que bañaba nuestro verde césped
de cemento negro. Nosotros estábamos petrificados, había sido muy confuso cómo
la situación pasó de la euforia de un gol a lo Chango Cárdenas a aguardar expectantes
el desenlace de algo que no pintaba bien. Del Chango Cárdenas pasamos a la
previa del partido con Perú en el ’78 cuando estábamos ya prácticamente
sonados. El tipo se fue acercando de a poco al Roque para frenar su marcha y
encararlo.
- ¡Qué golazo nene eh! –
le dijo con tono algo irónico.
- … Perdón, señor –
titubeó y respondió nervioso, más traspirado por el temor que por su heroica
corrida al gol.
- Por el grito
desaforado y tu cara de miedo supongo que vos fuiste el gran goleador – el tipo
continuaba hablando lento y claro.
- No sé qué es
desaforado, señor – respondió ya con lágrimas en los ojos Roque.
- No importa nene ¿Tenés
algo que hacer ahora?
- Tengo que ir a mi, a mi, a mi casa, señor. Ya está
anocheciendo.
- Claro. Con tan poca
luz no podés ver dónde pateás. Subite, pibe, yo te llevo.
- Gracias, señor. Pe,
pe, pero vivo acá cerca – Roque estaba en su peor momento.
- Subí, vas a llegar antes
a donde tenés que ir.
En medio del cagazo que tenía el Roque, ni nos miró ni
cuando se dirigía al auto, ni cuando subió. El Mingo ya no estaba. Se dio a la
fuga no bien vio el auto. Nosotros no entendíamos nada de lo que estaba
pasando, era todo demasiado confuso. No sabíamos que ese era el último día que
jugaríamos en esa vereda. No sabíamos que ese era el último día que veríamos al
Roque luego de su gol y su grito triunfal. Nada de eso sabíamos cuando el
Falcon arrancó y se perdió en la lejanía.
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guidor88 a las 20:12 · Sin comentarios
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23 de Abril, 2012
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Otra gota. Se para y escudriña su camisa y el pantalón
que supo estar limpio esa mañana. Zapatos mojados y con un tinte negro mezcla
de humedad, tierra y mugre. Hay tantas cosas que Joaquín siempre quiso saber y
sin embargo nunca les buscó respuesta. Esa gota, esa que le cayó desde el
quinto piso y le recordó que aunque llovizne hace calor, esas que
inevitablemente caen en la humanidad de los peatones, que cuentan con la lluvia
pero no con el sentimiento individualista de aquellos que prenden su aire acondicionado
y les son indistintas las gotas que podrán arruinar trajes de vestir, camisas
que otorgan más prestigio que comodidad. Se pregunta qué haría él con un
aparato como ese. Continúa la garúa de ritmo sostenido post-tormenta y algunos
siguen resguardándose bajo toldos verdes que lo cubren a uno de las gotas más
crueles, aquellas que precisamente caen en las mismísimas esquinas de ese
techo. “En definitiva el agua se seca”
piensa Joaquín lanzando insultos a una seguidilla de Jefes de Gobierno que no
nombra pero a los que responsabiliza de las baldosas flojas. Estar en Buenos
Aires en días de lluvia obliga a percibir con ojo de halcón, qué piso es
seguro; un paso en falso y otro pantalón y otros zapatos a la miseria.
Se detiene y piensa. Desde chico que le parece que la
lluvia tiene un toque depresivo y pensante, de reflexión; siempre le gustaron
esos momentos a solas: la lluvia y él, el agua y sus recuerdos. La plaza donde
podía estar largas horas pateando una pelota con completos desconocidos unidos
por el amor al esférico. Una madre inexorable que alimentaba la timidez de su
hijo dándole el gusto de preguntar ella si el nene podía jugar. Los juegos, la
hamaca, la estatua que nadie dejó de escalar y el tren al que tantas veces
saludó. Esas calles lo vieron nacer y lo hicieron crecer en compañía de
amistades eternas y cruzándose con pibes de su edad practicando sus primeros
robos.
Mirando la lluvia desde una ventana abierta recuerda todo
eso Joaquín. Ese, que a pesar de interminables esfuerzos por conservar su
nombre, terminó por llamarse “Joachim” (ioajim). Se pregunta si alguna vez
pegará el retorno definitivo, si dejará de mandarse correos con los amigos y
comenzará a hablar por teléfono, si podrá volver a ser esa persona impuntual y
despreocupada; volver a vivenciar esa relajación que marcaba su personalidad.
Porque en el famoso primer mundo será todo perfectito pero nadie te ceba unos
buenos amargos a la tarde del sábado. Falta espontaneidad, faltan impulsos
incontenibles, faltan risas y sobre todo abrazos; faltan sorpresas de cualquier
índole. Si hasta ya extraña lo impredecible de las calles un día de lluvia.
Ella sonríe haya sol o ganen las nubes. Sonríe e invita a
disfrutar. Soberbia muchas veces y creyéndose acreedora de ello. Nada es fácil,
nunca es fácil. Sonríe a pesar de derrumbes, masacres, accidentes provocados
por la impaciencia de quienes tanto la añoran. No la cuidan, lo sabe. No la
cuidan y sabe certeramente que cuidada sería la flor más bella en jardines del
olimpo. Paradójico suena que el cuidado no vaya de la mano con el cariño que le
guardan porque ¿Quién puede no quererla? Tonos verdes adornan recuerdos grises
de viejos enamorados.
Cuando la primer lágrima cae de las grietas de la piel de
Joaquín decide abrigarse. Luego de reprimir esas muestras de sensibilidad se
vio vencido y lo mejor será salir. Toma todos los recaudos y mira hacia afuera:
unos cinco alemanes aguardan en la puerta de un edificio que las líquidas
estacas bajen su intensidad como si fuera la tormenta más fuerte que vieron en
este milenio de apenas dos años. Recuerda a Buenos Aires. Simplemente toma un
piloto y sale a mostrar su valentía y prepotencia sudamericana; total él sabe
lo que es sufrir la lluvia y éstos no saben que son afortunados por mantener
sus zapatos sin la tierra de abajo de los pisos. Sale a caminar con sus
recuerdos y depresiones a cuestas y piensa en su Buenos Aires querido y cuándo
lo volverá a ver.
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guidor88 a las 20:54 · Sin comentarios
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19 de Mayo, 2011
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El deseo le carcomía la vida. A esa altura
ya cualquiera podría haberlo diagnosticado como un “insano”. Ya no era nada
normal su devoción, su incapacidad de vivir sin su objeto de deseo. Se había
transformado todo en algo tan profundo que hasta se hizo evidente para ojos
ciegos que sería inevitable. Lo desvanecía su andar, lo torturaba su habla
lejos de su boca y terminaba por asesinarlo su sonrisa. Esa sonrisa que
cautivaba a cuanto descreído del amor se cruzaba y lo abofeteaba haciéndolo
entrar en razón sin intenciones de ello. Muy adentro suyo, en lo que algunos
llamarían inconsciente, ella sabía lo que generaba, ella sabía cuánto valía y
por qué lo valía. Porque no se trataba de un simple aspecto físico, de una
belleza superficial que nunca cura males, sino que los apacigua. Su exterior era
tan real como el interior que escondía tras ropas y corazas. No se dejaba
influenciar con facilidad y su inteligencia no permitía falsas promesas.
Ya
no podía seguir esperando, dejando ese deseo latente, ese deseo creciendo a
pasos agigantados dentro de él. Algo debía hacer para apagar el fuego que
comenzaba a reinar, a ganar la batalla contra un agua que no se hacía presente
al combate. Él también tenía sus fundamentos, no era una mera obsesión, no se
trataba de un capricho. Era completamente consciente de sus razones, de que su
accionar no era bajo ningún punto de vista erróneo y que hacía tiempo venía
sumando aciertos. Tardó en convencerse. La veía demasiado perfecta para él, sin
dudas ella merecería algo mejor, sin embargo no había ni habrá hombre en la
tierra que llegue ni a merecer un cuarto de esa persona impecable,
indescriptible. Eso lo consolaba. Sabía que él no lo había ganado ni lo ganaría
pero sabía que nadie lo haría. Después de todo también reinaba en él la certeza
de que si bien no era merecedor de tamaña perfección, sí le podía hacer honor.
Realmente se desvivía Germán por esa mujer y eso era innegable. Y así como se
desvivía, hacía todo lo que tenía a su alcance y lo que no, simplemente para
verla feliz, porque sabía que la sonrisa de ella, era la felicidad de él. Jamás
puso en tela de juicio que él era el candidato ideal para ella, sabía que nunca
alguien iba a amar a esa mujer como él la amaba, sabía que nunca nadie haría
por esa mujer (ni por ninguna) lo que él hacía y estaba dispuesto a hacer por
María. Porque si ella se lo pedía, él le bajaba la luna y nada más importaba.
Frase trillada por supuesto, pero por una vez real. A la esfera blanca,
satélite de la Tierra, argumento de seducción de muchos, romanticismo de otros
y objeto de apreciación de otros tantos, le dejarían de zumbar los oídos con
falsas promesas, con absurdas declaraciones, si María le pidiera que se la
traiga para verla de cerca. De todo era capaz porque ella se tornó su vida
misma. Sin proponérselo terminó gobernando sus días. Era Princesa y Reina en su
Monarquía y cabeza de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en su
Democracia. Manejaba sus hilos como una marioneta boba dependiente del accionar
de quien la maneja. Sigilosamente se metió en un lugar de donde jamás saldría.
Muchas veces él se preguntó cómo pudo llegar a suceder eso. Luego de noches en
vela y tardes pensando simplemente en su perfección cayó en la cuenta de que
María estaba en su vida, estaba dentro de su cuerpo, incorporada. Que aprendió a
amarla sin necesidad de recordarla porque siempre estaba presente. Así como
algún día se le incorporó de niño el andar, el caminar y jamás lo olvidó y
luego pasó años utilizándolo sin siquiera pensarlo, ella se le incorporó y
jamás la olvidó y pasó años pensándola sin siquiera pensarlo.
Ese
amor infinito con el que convivía todos los días le confirmaba a Germán que él
debía ser quien esté a su lado porque sin duda alguna, sería él quien más feliz
pueda hacer a esa mujer. Nunca nadie podría llegar a sentir tanto amor, ni por
ella ni por nadie. Había descubierto otro sentimiento. Amor no podía ser.
Concluyó en que eso no podía llamarse amor. La palabra era demasiado popular y
demasiado utilizada como para que significara ese sentimiento tan grande que él
sentía. Se encontraba ante el dilema de si la palabra “amor” era siempre
utilizada sin un sentimiento de tal magnitud o si lo que él sentía en realidad
no podía adjudicársele esa palabra. Su sentimiento era a todas luces mucho más
grande que cualquier otro, de eso estaba seguro. Como le pareció arbitrario
reducir las sensaciones de otras personas que ni siquiera conocía, llegó a la
conclusión de que su sentimiento carecía de nombre todavía. Que entre ellos dos
lo habían creado, y la certeza de haber inventado algo con ella lo hacía sentir
en el cielo. El nombre de lo que sentía no importaba, él sabía que ahí estaba y
nunca se iba a ir; en definitiva el nombre debía inventarlo él, siendo el único
en el mundo que sabía de qué se trataba, pero debía ocuparse más de
hacerla sentir como la Reina que era a María y no de trivialidades como la
adjudicación de un nombre a un sentimiento que él bien sabía de qué se trataba,
ya que hacía años que convivía con él.
Se
armó de valor. Se convenció de sus aptitudes y se auto-confirmó que la
situación no podía seguir de ese modo. Que ese deseo que le carcomía la vida
debía hacerse realidad. Pensó tanto en ella, la pensó tantas mañanas, tardes y
noches que se terminó haciendo la idea de que realmente la merecía, que era lo
mejor para ella y vaya si tenía razón. Lo ideó todo. Investigó con numerosos
días de anticipación cuándo llovería para darle un toque más romántico a la
situación y que ella no se pudiera negar. Le compró por supuesto un ramo de
margaritas todas blancas como tanto le gustan a ella y la agarró por sorpresa
en la calle, sin que ella esperara nada ni a nadie. La lluvia caía con fuerza y
las gotas dolían, cuidar las flores no fue tarea fácil y evitar a las personas
con paraguas bajo los techos tampoco lo fue. Pero sabía, estaba seguro que ella
andaría por ahí a esa hora. La encontró. María sonrió. María miró las flores.
María lo abrazó y le dijo entre besos que era el mejor novio del mundo. María
le dijo que no se esperaba esa sorpresa. Germán le pidió que se case con él.
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guidor88 a las 23:44 · 1 Comentario
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02 de Mayo, 2011
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Y otra vez me dijiste que la cara se
me ilumina cuando estoy feliz. Y otra vez yo me sorprendí con tu sorpresa. El
espejo tiene la facultad de reflejar imágenes. Es bueno con eso de verdad, no
se le escapa nada. Pero evidentemente el espejo no transmite nada, sólo refleja
lo que tiene adelante. Algún día voy a inventar un aparato que cubra sus
falencias, porque son cosas que no te podés perder. Está claro que no te das
cuenta qué pasa, no te percatás de lo que generás.
La
cara no se me ilumina cuando estoy feliz, la cara se me ilumina cuando estoy
con vos. Estando con vos hay veces que no te puedo ver porque veo todo blanco,
pero hay veces que te veo con tanta facilidad que hasta me encandilás. Vos
iluminás. Con tu luz, con tu sonrisa y esos ojos celestes que me esclavizan día
a día. Vos sos mi sol, sos la luz alrededor de la cual gira mi felicidad, mi
razón de ser. Sos vos la que de repente dirige su mirada hacia mí y mi cara
toma brillo por lo que vos generás. Mi cara toma brillo y es imposible dejar de
brillar, dejar de sonreír, si te tengo a vos conmigo.
La
cara se me ilumina porque vos la iluminás. Porque tenés que entender que es
imposible que no se ilumine si vos estás ahí. Si me peleás (porque sé que te
gusta pelearme) ahí es cuando no está iluminada porque aparecen las nubes por
todas partes. Se llena de manchas blancas por doquier que me impiden la visión,
que me nublan la vista y que me hacen sentir mal, perdido, tratando de
encontrar una salida que me traiga a vos y un beso tuyo diciéndome que me amás
y que sólo me estás molestando porque te causa gracia cuando me enojo (aunque a
mí claramente no me cause gracia). Pero ahí ya no importa nada. Ahí ya me
dijiste que no me estás peleando en serio y las nubes desaparecen como huyendo
aterrorizadas, se van enseguida y ni siquiera puedo ver por dónde se van, sólo
sé que a partir de ahí puedo apreciarte. Puedo contemplar el arte de tu rostro
de ángel de cristal y en definitiva es eso lo que me importa. Con el privilegio
de poder estar ahí así lo único que me preocupa es que ese momento dure
eternamente. Es que vos no te das una idea de lo bonita que sos. Toda vos
parecés tallada a mano por el escultor más talentoso que vio la historia de
este mundo. Si a esto le sumamos que tu dulzura infinita encaja a la perfección
con tu ser físico, es entendible que ilumines. Vos no te das cuenta de muchas
cosas propias de lo que sos porque el espejo refleja, pero no transmite. El
espejo nunca te va a mostrar lo dulce que sos o cómo iluminás lo que te
propongas. Él sólo te va a devolver la imagen de una mujer hermosísima
intentando lo imposible: ser más linda aún. Él te puede mostrar que algo te
queda bien o mal pero sabé que más preciosa nunca vas a estar, porque más
preciosa no existe. Ya no existía tu nivel de belleza antes de que nacieras,
conformate con haber revolucionado el mundo de la estética ese 7 de Junio.
Me
estoy extendiendo en algo que es tan simple que no lo podés ver. La explicación
a todo esto es que me hacés sentir en el cielo cada vez que estoy con vos. Y en
ese cielo, en ese color celeste bien claro y ameno para los ojos, vos sos el
sol. Vos sos lo que ilumina todo, lo que le da vida a todo, de vos depende
todo, pero absolutamente todo, yo sobre todo. El simple hecho de tenerte me
transporta a allá arriba y no bajo hasta que nos separamos. Y ahí que bajé, que
no me queda otra que pisar la Tierra y vivir la realidad, me quedo colgado
pensando en vos y en nuestro cielo compartido y la sonrisa de bobo no se me
borra hasta por horas. Eso es todo lo que generás, eso es todo lo que producís,
todo lo que sos y por eso te voy a agradecer por siempre, porque nunca me voy a
separar de vos.
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publicado por
guidor88 a las 12:39 · Sin comentarios
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08 de Febrero, 2011
· General |
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-Para vos, Schatzi
“Una mirada tuya basta
para saber
que este sentimiento no
ha de terminar…”
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Y
es que la distancia aumenta todos mis sentimientos. Tu falta cada vez es más notoria
y mi cuerpo pide a gritos tu presencia. Mis oídos ya no escuchan la dulce
melodía que solían escuchar a diario y mis ojos sólo logran contemplar
distintos tonos de grises. Mi boca está seca y yo también. Es la necesidad de
tenerte al lado mío, de tenerte acostada a mi lado y simplemente quedarme
observándote. Correr suavemente tu pelo a un costado para poder apreciar en
plenitud el milagro que es tu rostro. Con delicadeza levantar mi mano y que mi
pulgar descubra tu mejilla, que la acaricie como a una tela fina, que sienta el
placer de tu piel y de tu color. Y mientras tanto, continuando con el éxtasis
de emociones en mí, mirarte. Darles el placer y el honor a mis pupilas de
admirar la belleza en su máxima expresión.
Es
que ya no sé cómo seguir. No sé caminar si no te tengo al lado no indicándome
el camino correcto, sino el nuestro. No puedo respirar si en este maldito
hábitat sólo respiro frío y soledad, carente por completo de tu perfume innato,
de tu amor que vuela entre nosotros cuando te tengo conmigo. No es llamativa mi
necesidad. Incontables veces supe decirte que mi mundo sólo llega hasta vos,
que sin vos no existo y así es acá. Acá no existo, no vivo. Acá no hago más que
sentir tu falta y la falta de tu calor. De esos abrazos hermosos que sólo vos
sabés dar, esas miradas que me llevan a un colchón de nubes y los te amos que
no son lo mismo por escrito, necesito escucharlos de esa boca que tanto me
gusta besar. No es fácil continuar sin tu luz. Necesito de tu tacto tanto
como las personas aquellas canciones que les recuerdan a sus seres amados, que
deprimen a veces, que sacan sonrisas también. Y ya no se trata de una cuestión
de costumbre porque después de tanto tiempo sin vos, no sé si sigo con mi vieja
costumbre de tenerte, esto es la falta inmensa que siento de aquello que se
metió en mi vida sigilosa e inteligentemente. De eso se trata ya ves. Si estás
dentro de mí, si te tengo incorporada ¿Cómo puedo hacer para olvidarte? Estás
dentro de mí como cualquier capacidad que se toma como natural del ser humano.
Una de esas tantas capacidades es la de amar y yo te amo a vos y te sumergiste
en lo profundo de mi ser y ya no podrás salir. Nunca. Si no me olvido de cómo
caminar, no me voy a olvidar de todo lo que te amo. Sólo me gustaría por un
momento mirarte. Segundos, si hay algún Dios y es generoso que me dé algunos
minutos. Pero preciso mirarte así como solía hacerlo. Acostados, corriéndote el
pelo a un costado para apreciar cada detalle de la perfección de tu rostro;
acariciando cuanto rincón encuentre de tu piel. Mirándote, percatándome de lo
increíble que sos y con ojos llenos de lágrimas repetirte que te amo más que a
nada en este mundo, que me esperes y que por favor, que nunca pero nunca me
dejes porque sin vos me muero.
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guidor88 a las 12:11 · 1 Comentario
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21 de Diciembre, 2010
· General |
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Debido
a mis problemas de expresividad oral, ésta es la mejor forma que encuentro para
afrontar lo que tengo ganas de hacer. Y es que después de tantos años de
esfuerzos más que este reconocimiento merecen un monumento. Nunca me fue muy
significativa la fecha de navidad, aunque sí depresiva. Depresiva porque otro
año se va como quien no quiere la cosa y se festeja sin saber realmente qué.
Nunca me fue de gran importancia pero sí me sensibiliza y a los veintidós años
de edad quizás sea tiempo de agradecimientos que siempre tuve atragantados.
Desde cuando mamá me compró la alfombra de Kalpakian para que juegue con mis
autitos hasta que papá todavía me acepte en su casa y tengamos relación de
amigos. Porque aunque ustedes no lo crean, hay cosas que nunca se olvidan.
Episodios, momentos de la vida que perduran eternamente, a pesar de que no se
los mencione. Ustedes con treinta y dos y veintinueve años más lo deben saber.
Les debo una infancia plagada de felicidad y todo lo que siempre quise en su
medida justa. Les debo una educación por la que el mundo se sorprende a mi
edad. Porque lo valorable no es que me hayan enseñado las palabras "gracias",
"perdón" y "por favor", lo valorable es que me enseñaron
cuándo usarlas. Cada uno con lo suyo, pero siempre coincidiendo con un corazón
enorme. Y esto es innegable, tengo tres testigos, tres ORGULLOS que pueden dar
fe. Yo no me olvido de la eterna incondicionalidad de mamá y de papá abriéndome
los ojos en tiempos difíciles diciéndome que no soy Superman (se vive como se
juega, vos me entendés). No me olvido de cuando vivíamos con mamá y
compartíamos un vino y más allá de cualquier golpe sabíamos reír todavía. Si
sigo con las enumeraciones los voy a cansar y no es el fin. Pero sepan que NADA
se olvida, todo queda. Son cosas que si no menciono a diario es simplemente por
mis intenciones de hacerme el fuerte.
Y
les tengo que agradecer no sólo por lo ya mencionado, también por hacerme lo
que soy. Por influenciarme directa e indirectamente para que me rodee de gente
invaluable. Por influenciarme para que estudie y trabaje y sepa siempre que si
no la lucho no llego a nada y que si no la lucho, lo que logro no tiene el
mismo sabor. Gracias por darme libertad de pensamiento, por hacerme un
"zurdito". Por contarme cuando apenas tenía uso de razón que papá y
mamá iban a cantar "milicos muy mal paridos..." ¿Vieron que nada se
olvida? Hoy estoy feliz de estar orgulloso de lo que soy y todo se los debo a
ustedes dos. Son un ejemplo, son enormes y son mi papá y mi mamá. Eternamente
gracias. Los amo. Feliz navidad.

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guidor88 a las 22:17 · 1 Comentario
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11 de Diciembre, 2010
· General |
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Se caía y miraba. Observaba el ocaso de
su alrededor. Caía la noche y las nubes ganaban la batalla a unas estrellas que
atónitas contemplaban su derrota desde posiciones lejanas. A la deriva se
encontraba su cuerpo, naufragando por el resto de sus días. Lo que ayer había
sido un sueño, una ilusión, mutó a polvo en cuestión de segundos; se desvaneció
y el vacío atropelló todo lo que quedaba, lo que alguna vez hubo. El
pensamiento lo agobiaba. Miraba el horizonte con pupilas sin rumbo. Una a una
con lentitud obsesiva caían saladas aguas desde sus ojos verdes ya hinchados e
incrédulos. No sabría cómo seguir, no sabía cómo seguir. Aquel camino
cuidadosamente esculpido, ese camino que se dibujaba entre árboles de copas
altas y verdes con una salida final ahogada de sol se esfumó repentinamente.
Numerosos años disfrutaron juntos.
Entre peleas y sonrisas lograron construir una vida juntos que parecía
interminable. Desde el comienzo de su noviazgo, ambos juraron tácitamente la
fidelidad hacia el otro y así fue. Al principio reinó la ambición de dormir
juntos cuanta vez se pueda; era una buena imitación de un futuro que ambos
soñaban y los tenía juntos conviviendo. Soñaron hijos, una mascota y tardes de
mate y sol. Supieron vacacionar en playas con soles y mares que invitaban a las
más bellas sonrisas de María. Sin embargo su primer viaje fue hacia el norte
argentino. Tal vez fue en ese momento que todo lo prometido se selló. Se
afianzó la relación no dejando margen a la duda de que siempre estarían juntos.
Quince días transitaron por calurosos valles que inequívocamente calificaron
como paradisíacos y que los vieron ebrios llenándose de amor en las noches. A
pesar de la cercanía del sol cuando trepaban a altas montañas, tanto ellos como
Febo sabían positivamente que él no era más grande que el sentimiento
compartido por estos dos risueños soñadores eternos. Llegó el tiempo en que
compartían todo y cada uno era dependiente del otro. Sus vidas giraban en torno
a sus mitades separadas que ellos juntaron a fuerza de amor puro. Sus familias
los aceptaron con la facilidad con que un tren va de una estación a otra. Fue
todo casi automático, inmediato debido al evidente sentimiento que compartían y
se veía reflejado en ojos brillosos.
Todo eso recordaba Germán esa noche ya
nublada y próxima a la lluvia. Pensaba en ella y lo acechaba constantemente con
esas sonrisas llenas de felicidad, sonrisas con los ojos, ojos que no mienten.
El pensamiento de que “de eso se trata la vida” o de que “a todo el mundo le
pasa” no lo consolaba en lo más mínimo. Pasaba su primer noche, después de
décadas juntos, sabiendo que no la tenía y tampoco la iba a tener; se había
ido.
“Nunca fui partidario de hacer las
cosas por la mitad, lo sabés. Siempre intenté llevar a cabo mis planes (y los
tuyos) en plenitud. Hoy en día no te tengo, te fuiste. Hoy en día el que quedó
por la mitad soy yo. Todos mis planes y mi forma de afrontar la vida se
destruyen por tu ida. Ésta es una mitad que no voy a poder llenar mientras esté
acá. Porque llorando desconsoladamente no soluciono tu partida. El clima no
coopera y arroja estacas de agua como la noche de nuestro primer beso. Pero no
te confundas ni te asustes, yo también me voy a ir. Los cuatro ya están grandes
y bien acompañados; por los más chiquitos me desvivo, pero sin vos no voy a
ninguna parte. Me voy sí. Me voy con vos. Porque me dejaste sin quererlo, sé
que no lo querías porque lo vi en tus ojos cuando me miraste por última vez. Me
voy y que me perdonen pero en algún otro lugar, en la no-vida, como desde
adolescentes lo llamamos, te tengo que encontrar mañana a más tardar. Yo te
hice una promesa y la voy a cumplir como la vengo cumpliendo desde nuestros
comienzos. No va a pasar ni un solo día, jamás, sin que te diga que te amo; ni
la muerte me separa de vos.”
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guidor88 a las 01:49 · 2 Comentarios
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