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Bastó que lo dijeras para que lo
hagamos. La noche se prestaba con una predisposición veraniega, casi
primaveral. La brisa leve sólo refrescaba apenas nuestras caras y
contrariamente a la actitud esperada para un 4 de julio, nos gustaba que corra
algo de viento. No voy a negar que tenías razón. Que abajo de la luz, la noche
no se dejaba apreciar en plenitud. Muchas estrellas aprovechaban para
escurrirse de nuestro plano visual pero volvían estáticas a sus lugares cuando
lográbamos cubrirnos de la iluminación artificial. Imposible descreer de tus
palabras luego de esa noche; definitivamente en tu pueblo carente de la
tormenta urbana, observar con atención el cielo con vos al lado podría llegar a
ser una experiencia de una hermosura que ni Cortázar (disculpe maestro)
lograría describir. Nos acostamos sobre un pasto cuidadosamente analizado para
no llevarnos ninguna sorpresa al levantarnos (como ya alguna vez te la habías
llevado. Los risueños de Palermo agradecidos) y ahí fue cuando enmudecí.
Acordamos la duración de diez minutos que significó una de las tantas batallas
que la práctica le ganó a la teoría (los dos sabíamos que tan poco tiempo ante
tamaño espectáculo podía ser no más que palabras trasladadas por el cálido
aire). El viento continuaba su tenue andar y en la contemplación del oscuro con
pizcas de claridad comprobé nuevamente que no hay nadie a quien ame más. Fueron
algunos minutos de silencio, en simple acto de observación. Aún el árbol que
apenas estorbaba la visión parecía encajar poéticamente en ese contexto. Sin
ánimos de cursi filósofo puedo asegurar que las bocinas de los autos eran dulces
acordes de guitarras con incesante melodía. Y nosotros dos ahí. Abstraidos por
completo de nuestro alrededor, sin importar nada. Suena a frase hecha pero fue
así. En todo ese tiempo que el pasto debió tolerar nuestros cuerpos en
apreciación de la noche y luego el mío dirigido hacia el tuyo; en apreciación
del ser más hermoso del mundo: vos. Algún beso logré sacarte y con esfuerzo te
conté sensaciones que intentaban acercarse a mis sentimientos. Todo fue
absolutamente más simple, ya que en la contemplación de tus ojos todo es
posible. Entre risas, besos y palabras de amor me mostraste un equívoco punto
rojo que yo me empeciné en corregir haciendo que te salude desde su verdadera
ubicación. Una pareja de interminables soñadores, con un amor imposible de
extinguir. Eso somos. Vos y yo. Nosotros dos. Y nos acostamos a mirar las
estrellas...